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13 de junio de 2011

Espera hasta el último minuto de vuelo para "entrarle" a una pasajera

plane

Nelson Rosado - Budapest

A LAS 2:02 P.M., HORA LOCAL DE MADRID, Salvador Gervás, de 45 años de edad, ocupaba el asiento 14 A del vuelo de Air Europa UX021 con destino a Nueva York. Al día siguiente representaría a España en el Parcheesi World Championship, en Jersey City.

Tras abrocharse el cinturón de seguridad y leerse los protocolos de emergencia plastificados que había en el bolsillo frontal, Salvador Gervás vio llegar por el pasillo a una atractiva joven con una mochila naranja. La joven se detuvo a la altura del español, miró su tarjeta de embarque y abrió el compartimiento superior para meter sus cosas.

Sin moverse de su asiento junto a la ventanilla, Salvador Gervás observó los pequeños senos de la pelirroja que le abultaban ligeramente el suéter de lana blanca mientras empujaba su mochila con la bandera de Canadá hacia el fondo del portamaletas.

“Empieza la aventura”, pensó el toledano, cuyo estado de ansiedad ante el incipiente plan le llevó a hacerse el dormido para valorar el asunto con discreción.

Durante algo más de hora y media, Salvador Gervás caviló frenéticamente con los ojos cerrados. El propietario de la tienda de fibras sanitarias ‘Salvador y Mercedes’, imaginó románticos escenarios con la joven y consideró posibles maneras de entrarle.

“Cuando nos traigan la comida le diré si quiere mi mantequilla”, pensó. “Y cuando diga que no le preguntaré, ‘¿y eso?’”.

Con el plan ya trazado, repasó mentalmente cómo hacerle la pregunta en inglés, e imaginó todos las cosas que harían juntos.

A las 4:16 p.m. miró de reojo a su izquierda. La joven estaba dormida. Aprovechó para ir al cuarto de baño a orinar, tirarse pedos y peinarse un poco. Al volver se acomodó en su asiento y se puso una película soporífera para hacerse el enigmático cuando despertara la joven. Pero en aquella ocasión Salvador Gervás se durmió de verdad.

Al despertar, las azafatas ya estaban recogiendo las bandejas. A él no le dejaron la suya. La pidió. Se la llevaron de mala gana y vio que no le habían puesto mantequilla. Eran las 8:05 p.m.

“¡Joder!”

Salvador se dio cuenta de que sólo le quedaban tres horas, pero no se le ocurría ningún plan convincente. Decidió entonces olvidarse del asunto y centrarse en el campeonato de parchís.

A las 9:20 p.m., cuando regresaba de una nueva visita al cuarto de baño, se encontró con la joven en el pasillo y ella le sonrió.

“¡Joder!”

Tras la “inequívoca señal” decidió volver a intentarlo, pero la joven no regresaba y las azafatas empezaban a recorrer los pasillos preparándose para el aterrizaje. Cuando finalmente llegó a las 9:47 p.m., Salvador Gervás estaba en tal estado de excitación que no pudo pronunciar palabra.

Aterrizaron a las 10:14 p.m. (2:14 p.m. hora de Nueva York). El avión recorrió la pista hasta la terminal. Los pasajeros empezaron a desabrocharse los cinturones. A ponerse en pie. A recoger sus maletas. La joven se alejó por el pasillo con su mochila y su abrigo en el brazo.

Y entonces Salvador Gervás le gritó: “Do you want my mantequilla?”