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13 de junio de 2011

TRIBUNA ABIERTA - "¿Quién coños inventó la segadora?", por Césped

por Césped

RECIÉN SALIDO DEL INVIERNO y con una cálida capa de mantillo orgánico encima, uno no puede evitar mirar al futuro con optimismo. Y sin embargo la experiencia demuestra que ni el incremento de las horas de sol, ni la inyección de nitrógeno procedente de los excrementos curados de oveja sirven absolutamente para nada. Ni eso ni los vientos de marzo. Ni siquiera las lluvias de abril.

A pesar de la idoneidad de condiciones para producir espigas y semillas, y cerrar así mi ciclo vital, siempre tiene que llegar la puta segadora de los cojones a cortarte el rollo reproductor.

Ojalá tuviera la facultad de pedir a los cloroplastos de mis células que dejaran de transformar la energía lumínica en ATP porque, ¿qué sentido tiene cerrar el complejísimo y casi diría que milagroso ciclo de Calvin, si luego va a venir una zafia máquina con un motor de dos tiempos a cortarte el tallo a ras de suelo? ¿Es que acaso no se dan cuenta de que esa mutilación salvaje y cruel equivale a cortar un sinnúmero de penes a ras de pubis?

Que se enteren de una vez de que mis hojas no han sido creadas para complacer a un señor con una manguera y un rastrillo, sino para impulsar el crecimiento de espigas cuajadas de flores con gametos masculinos y femeninos que al combinar sus contenidos nucleares haploides darán lugar a una progenie de frutos encargados de dar continuidad a la especie.

Pero no. Siempre tiene que venir un tío con un mono azul y un sombrero de paja a cortarte las gónadas. Y no contento con eso, te remoja luego con agua y te deja ahí, emasculado y fresco para que puedas contemplar tu humillante estado en plenitud de condiciones. He tratado de explicar esta situación por activa y por pasiva, pero cuando grito me sale una vocecita aflautada de castrati que nadie percibe o confunde con el canto de alguna avecilla.

Si no me dejan reproducirme, que es a lo que todos venimos al mundo, al menos que me dejen morir de una vez, porque estar verde como una lechuga hasta la eternidad no tiene puta gracia.