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13 de junio de 2011

Una oleada de españoles en paro emigra al Bronx

jeromeUna mierda de sitio ideal.

Dersu Uzala - Pitman Avenue, Bronx

Las autoridades de inmigración estadounidenses se encuentran desbordadas por una oleada de inmigración española al condado neoyorquino del Bronx, donde miles de nuestros compatriotas han acudido en masa en busca de una vida más afín a sus aspiraciones que podrían resumirse en una palabra: ninguna.

“El Bronx mola”, dijo la licenciada en imagen y sonido, Valentina Águilas, de 27 años de edad, que tras terminar un curso de cine y ser incapaz de encontrar trabajo, compró un pasaje en el carguero de bandera liberiana, Kontiki VII, en el que viajó a Nueva York con otros mil quinientos compatriotas. “Aquí puedes ejercer la prostitución como si una película de Scorsese se tratara, y morir en un olvido de gran dramatismo cinematográfico”.

En la intersección de las calles Jerome y Gun Hill encontramos al fisioterapeuta en paro Ramón Robles Verdaguer sosteniendo una lata de cerveza en una bolsa de papel marrón. “El Bronx es un lugar idóneo para no tener esperanza”, dice. “Se acabó la pesadilla de tener aspiraciones personales y profesionales”.

El Kontiki VII fue el primero de los buques de expatriados españoles (cinco en total) en atracar en la Isla de Ellis, el mismo centro de inmigración al que millones de europeos llegaron a finales del siglo XIX y principios del XX. Tras realizar los exámenes médicos de rigor, el pasaje fue enviado en decenas de autobuses a diversos puntos del Bronx, donde fueron abandonados a su suerte.

“Un día estuve a punto de ir a Manhattan, pero para envidiar al prójimo me hubiera quedado en mi barrio pretencioso de Burjassot”, comenta el crupier de Puçol, Marcos Fritzl, que tras varias semanas de indigencia sigue conservando su kit de cartones y harapos en perfecto estado.

“Yo me traje mi acordeón”, dice a El Garrofer el biólogo burgalés Pedro de la Cosa. “Nada más llegar lo cambié por un carro de la compra lleno de latas, como mandan los cánones”, agregó satisfecho. “Nos vamos adaptando”.

El concejal de seguridad e inmigración, Michael Hernández, ha tratado tranquilizar a la población local, alarmada por el incremento repentino de asturianos de braveza, vascos de piedra blindada, valencianos de alegría y castellanos de alma labrados como la tierra y airosos como las alas.

“Los españoles son buena gente”, dijo. “Han venido con la esperanza de vivir sin esperanza, y espero que todos pongamos nuestro granito de arena para que así sea”.